La quietud y la soledad eran despabilados por los rayos de luz que entraban, a cada giro, por el compartimento de las ventanas. Un habitáculo que frente a la puerta de entrada tenía una ventana circular y a los lados seis ventanas trapezoidales. Para Krikalev “el último ciudadano”, descendiente de los Anunnaki, del planeta Nibiru, su misión estaba por concluir.
En el infinito estelar desconocido por los habitantes del planeta azul, Nibiru cumpliría una nueva traslación acercándose como nunca antes. 3.600 ciclos de tiempo sin tiempo para volver al mismo punto. Él ya lo sabía, era el guardián de este encuentro.
Con su cabeza rapada y con un mechón de pelo largo observa silenciosa y desapasionadamente su entorno. Los 312 soles, nada en el tiempo de Cronos, le fueron útiles para vaciarse de ideas preconcebidas sobre el significado de los acontecimientos.
En un momento todas las luces se habían apagado, sólo veía por la tenue luz que se fugaba por las ventanas vaporosas. Se dirigió hacia la puerta pero no pudo abrirla. Encerrado sin poder llegar a las otras salas sólo le quedaba una oportunidad de que otros pudieran tener su conocimiento. Bajó la palanca y se dejó llevar abandonando el analema sin completar.
Cuando abrió los ojos se encontraba flotando en las aguas del Éufrates, se sorprendió de lo distinto que era desde éste punto de vista. Sólo recordaba de niño haber flotado sobre el mar de Nammu.
En las orillas dejó su ropa y comenzó a caminar por el desierto para llegar a Dilmú antes de que se produjera la gran inundación.
En su periplo se detuvo en Nippur. En las terrazas del antiguo zigurat tuvo la fortuna inesperada de conocer a Ziusudra.
Las paredes de adobe de color índigo le recordaban la paz de sus primeros viajes, tal vez sería por eso que se sentía tan a gusto y podía extender sin cansancio alguno las largas conversaciones con Ziusundra.
En el séptimo sol comprendió que su interlocutor estaba preparado para convertirse en lo que estaba destinado ser.
Apoyado en el lado izquierdo del muro, sobre el último escalón del último nivel, tranquila y pausadamente comenzó a explicarle que muy pronto se iba a producir una alineación planetaria extremadamente rara. En esta alineación el Sol, Júpiter, la Luna y Saturno estarían todos en Aries, pero lo más importante era la presencia de Júpiter y la Luna significando el nacimiento de un gobernante con un destino especial.
Hizo una pausa para analizar si su oyente estaba entendiendo lo que le decía. Las sombras se corrieron y los ojos de Ziusudra quedaron iluminados en el preciso instante que lo tomó por los hombros y le espetó ya con un tono de voz patriarcal que él era el elegido. Ziusudra cerró los ojos y por una imperceptible fracción de tiempo su cuerpo se debilitó bajo el peso de las manos del viajero sobre sus hombros. Llenó sus pulmones de aire y al exhalar por su boca comenzaron a salir interminables preguntas, que una a una fueron respondidas.
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