El siete de septiembre en la provincia de Buenos Aires volveremos a votar, y con ello se abrirá otra vez la puesta en escena de los discursos. Discursos que nombran la herida, que señalan con el dedo la llaga del dolor social, pero que rara vez se animan a ofrecer una cura. Es la cobardía disfrazada de oratoria: infectar aún más lo que duele, para ganar un aplauso rápido, sin comprometerse a sanar lo que supura desde hace años.
Lo vemos en nuestra propia tierra, en Bahía Blanca, donde el intendente electo debió abandonar sus proyectos iniciales para enfrentar lo inesperado: una ciudad golpeada por la furia del clima, calles arrasadas, hogares perdidos, vidas trastocadas. Reconstruir entre ruinas no da votos, no luce en los discursos, pero es la tarea real que exige coraje. Y sin embargo, frente a esa crudeza, muchos candidatos eligieron mirar desde la vereda, callar cuando hacía falta unidad y desaparecer cuando había que ensuciarse las manos.
Ahora, con la ciudad aún marcada por cicatrices, aparecen como si nada, prestos a señalar lo que no se hizo, a denunciar desde la comodidad de la crítica lo que jamás se animaron a enfrentar. Esa es la peor cobardía: la de no estar cuando el barro reclama presencia, pero volver cuando la tormenta pasó, a pedir la confianza que nunca supieron honrar.
El siete de septiembre no puede ser un ritual vacío. No podemos permitir que nos gobiernen los que se esconden en los templos de la palabra mientras la ciudad se hunde en la realidad. La reconstrucción necesita valentía, y la valentía no se declama: se demuestra en el barro, en el trabajo compartido, en la decisión de poner el hombro sin especular con la foto ni con la urna.
Que este sea nuestro manifiesto: no más cobardes de vereda, no más críticos de ocasión. El pueblo merece dirigentes que estén cuando más se los necesita, no cuando conviene. Y si no aparecen, entonces seremos nosotros, los de abajo, los que levantemos la ciudad y la provincia con nuestras propias manos. Porque la historia no la escriben los que señalan la herida, sino los que se animan a curarla.

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