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El bullying político es una costumbre que desgarra a la sociedad


Cuando los políticos usan su poder para intimidar a otros, crean una división en la sociedad y dificultan que las personas trabajen juntas.

En la jungla política de Argentina, donde los discursos agresivos resuenan como rugidos de feroces leones y las agendas ocultas se deslizan como serpientes en los ecos del silencio, los apodos se asemejan a afilados dientes que muerden donde más sangra. Desde la Revolución de Mayo hasta la era de la política en streaming y los memes virales, los motes han sido el instrumento favorito para definir territorio, humillar al oponente y ofrecer al público una imagen incisiva de sus líderes. Sobrenombres, apodos y motes que divierten a algunos y envenenan a otros.


El “Lento” y su Destino

Uno de los casos más notorios es el de Arturo Illia, apodado “La Tortuga” por su aparente lentitud. Este nombre, acuñado por el incisivo caricaturista Landrú, lo convirtió en un blanco perfecto de burla, una figura ridiculizada que fue desmantelada por la artillería de la sátira. Los medios se unieron a la cacería y el mote se grabó en el imaginario colectivo como símbolo de debilidad y lentitud. La “Tortuga” no era solo Illia, sino una proyección de todo lo que se buscaba derribar: un líder vacilante y fácilmente desplazable. En 1966, el golpe militar no solo destituyó a Illia; despojó a una “Tortuga” de la presidencia. La palabra había pavimentado el camino hacia su caída.


Apodos en la era de los trolls

Hoy, los apodos no necesitan de una caricatura en el diario para volverse feroces. La selva es digital, y cada tuit puede ser la chispa que incendia una reputación. En un instante, un meme nace y se propaga como una jauría de perros hambrientos que muerden sin tregua. Las redes sociales son el circo donde vuelan palabras malas, mezclando crueldad y humor para crear etiquetas que lastiman y avergüenzan a las personas. Las fake news  crecen y se distribuyen, en algunos casos bajo la ignorancia de quien la repite, para crear etiquetas que destruyen y humillan.

El "bullying" de antaño se ha convertido hoy en un deporte de masas: un acoso público y anónimo en el que nadie está a salvo. La política, al igual que la sociedad, se transforma en un campo de batalla donde la humillación se utiliza como herramienta para menospreciar al otro, para despojar de dignidad a quien se atreve a levantar la cabeza. Como en el caso de Illia, los apodos deshumanizan; al convertir al adversario en un "personaje" despreciable, la agresión se vuelve aceptable.


La sangre en las Redes Sociales

Las redes sociales son hoy un coliseo, un espacio de linchamiento virtual donde los "trolls" y sus cómplices encuentran una impunidad que les da valor. Es sencillo atacar desde el anonimato, difundir burlas como si fueran dagas y lanzar a otros a la picota pública. Los líderes, al notar la eficacia de esta táctica, la han incorporado a sus arsenales: desde "vende humo" hasta "marioneta", los apodos son cuchillos envenenados que distorsionan y marcan al oponente. No solo se ataca al adversario político, se le priva de toda seriedad. El apodo se convierte en una jaula de la que el prisionero no puede escapar.


El caos de la Violencia

Para romper este círculo vicioso, este juego de descrédito que se ha vuelto un deporte nacional, debemos replantear nuestra comprensión del poder de la palabra y el uso del lenguaje. La violencia verbal no solo erosiona a la persona atacada; crea un ciclo vicioso donde la agresión demanda más agresión. Un político humillado hoy se transforma en un adversario que, si sobrevive, buscará su venganza. La escalada es inevitable y la sociedad queda atrapada en una narrativa de confrontación, un choque de animales heridos que solo deja cicatrices.


Renacer del maleficio de los apodos

Para cambiar esta ferocidad verbal, necesitamos una estrategia que elimine los adjetivos destructivos:

Desarrollo en Empatía: Desde la infancia, el respeto hacia los demás debe ser la norma, no la excepción.

Medios comprometidos: No solo en lo que dicen, sino también en lo que ocultan. Es fundamental evitar que el insulto se convierta en una forma de entretenimiento.

Política de Conversación: Cambiar el tono, no con discursos vacíos de "unidad", sino con acciones que muestren una verdadera disposición para dialogar y llegar a acuerdos.

Normativa en las Redes Sociales: El anonimato excesivo y la tolerancia hacia las ofensas deben ser regulados. La libertad de expresión no debería ser un escudo para la agresión.

Es esencial un esfuerzo para transformar el "bestiario" político en un espacio de diálogo respetuoso.

Esto debe involucrar a toda la sociedad, en todos los niveles. Así podremos imaginar un clima político y social donde las ideas sean recibidas con respeto, sin burlas ni agresiones.


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