Vivimos tiempos de enfrentamientos. No solo ideológicos, sino profundamente emocionales. Izquierda contra derecha. Pobres contra trabajadores. Ciudadanos "de bien" contra beneficiarios de planes. Nos hemos convertido en hormigas dentro de un frasco agitado. Pero, ¿quién agita el frasco?
Esa vieja metáfora dice que si colocás cien hormigas rojas y cien negras en un frasco, no pasa nada. Pero si agitás el frasco, empiezan a matarse entre ellas. No porque sean enemigas por naturaleza, sino porque alguien las desorientó y las hizo creer que lo son. La pregunta central no es por qué pelean las hormigas, sino quién sacudió el frasco. Y por qué.
La izquierda socialista y la ultraderecha representan dos miradas casi opuestas sobre cómo ayudar a los más necesitados. Una cree en la justicia social, en un Estado presente, en la redistribución de la riqueza y en los derechos como base de la dignidad humana. La otra cree en la libertad individual, en el esfuerzo personal, en la ayuda privada y en el orden social como garantía de progreso. Parecen dos planetas distintos, y muchas veces lo son. Pero ambas se convierten en piezas de un juego más grande cuando se enfrentan con odio, sin preguntarse quién gana con ese conflicto.
Jesús, Buda y Gandhi, referentes de caminos distintos pero convergentes en lo esencial, no se alineaban con bandos políticos. Hablaban de compasión, de justicia, de mirar al otro como un hermano, no como una amenaza. Ninguno de ellos agitaría el frasco. Y si estuvieran entre nosotros, probablemente estarían del lado de los que sufren, no de los que gritan.
Porque mientras discutimos si el pobre merece ayuda o si el rico debe pagar más impuestos, alguien firma contratos a escondidas, vende tierras, cierra hospitales, fuga millones, y compra medios para contarnos qué debemos pensar.
No gana el jubilado, no gana el joven sin trabajo, no gana el comerciante asfixiado. Gana el que convierte el miedo en herramienta, el que multiplica la desconfianza, el que construye poder sobre nuestras divisiones.
Tal vez ha llegado el momento de dejar de pelear entre nosotros y empezar a mirar hacia arriba. No para buscar un salvador, sino para entender el sistema. Para empezar a construir comunidad desde la empatía, no desde el resentimiento.
No somos enemigos. Somos vecinos atrapados en un frasco que no agitamos.
La pregunta no es qué lado elegir. La pregunta es: ¿cuándo vamos a dejar de ser agitados?

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