Los dioses no mueren, los dejamos morir.
Una nota sobre fe, mito y abandono en tiempos veloces
Por Darío Mendizábal
“La pelota no se mancha.”
—Diego Armando Maradona
Vivimos tiempos de abandono. Las religiones tradicionales se vacían en silencio, los rituales pierden sentido, y el Dios de los siglos se vuelve una figura borrosa, apenas sostenida por la costumbre. Pero la fe no ha desaparecido. Sigue viva, aunque desplazada, oculta en nuevas formas, nuevos ídolos, nuevas liturgias.
El problema no es que hayamos dejado de creer.
El problema es que ya no nos hacemos cargo de aquello en lo que creemos.
El abandono de la fe no es un fenómeno repentino, sino una desvinculación lenta. Un día dejamos de orar, otro día dejamos de escuchar. Al final, Dios se convierte en una pieza decorativa. Y como todo aquello que se convierte en decoración, lo olvidamos incluso cuando lo tenemos delante.
En mi adolescencia el padre de Pepe, un amigo, me regaló el libro “El Dios que fracasó”. Si bien la temática era distinta, el concepto es el mismo que quiero transmitir en estos textos. De ahí tal vez el recuerdo de ese libro me haya motivado a escribir estos párrafos.
Fue el 22 de junio de 1986, y no desde el cielo sino en el césped de un estadio de Ciudad de México. En apenas cuatro minutos, Un jugador de fútbol hizo lo que ningún dios tradicional pudo: vengar, consolar y redimir a un pueblo herido.
Primero, con la Mano de Dios —el gesto que el pueblo convirtió en justicia poética—. Luego, con el Gol del Siglo, esquivando ingleses como si fuera un profeta en zapatillas. No fue sólo fútbol. Fue historia, fue mito. Fue el nacimiento de una fe distinta. Fue el nacimiento de un nuevo Dios: Diego Armando Maradona
Desde ese día, Maradona dejó de ser simplemente un jugador. Se convirtió en el dios popular, el santo laico, el último mito colectivo de Occidente.
No por ser perfecto, sino por lo contrario: por encarnar, en cada paso, la gloria, la desobediencia y el deseo de dignidad de millones.
Y sin embargo, también a él lo dejamos solo.
Sus últimos días no fueron de gloria, sino de desatención. Hubo una casa con las persianas bajas, un televisor encendido sin nadie que lo escuchara, y una taza fría olvidada en la mesada. Afuera, el mundo seguía vendiendo su imagen. Adentro, el cuerpo de un dios se apagaba sin testigos.
Murió como mueren los mitos cuando ya no sirven: en la oscuridad de un cuarto mal iluminado, rodeado de nombres y ausencias. No lo mató la muerte. Lo mató el olvido en vida.
Y ese olvido nos habla de algo más profundo.
Maradona fue el espejo del Dios antiguo: adorado mientras nos salvaba, pero insoportable cuando reclamaba cuidado. Lo habíamos convertido en leyenda, pero no supimos tratarlo como humano. Lo celebramos desde lejos, pero no supimos acercarnos cuando temblaba.
La historia de Maradona y la historia del abandono de la fe no son relatos separados. Son la misma herida contada en dos cuerpos distintos.
Porque en ambos casos, lo que falló no fue el objeto de fe: falló el vínculo, falló el compromiso, fallamos nosotros.
Nos volvimos expertos en consumir símbolos, pero analfabetos en sostenerlos.
Queremos creer, pero no queremos acompañar.
Y así, entre íconos desgastados y promesas rotas, dejamos morir lo que alguna vez nos dio sentido. No por maldad. Por comodidad. Por cansancio. Porque sostener lo sagrado también exige amor, presencia y responsabilidad.
Hoy no faltan dioses.
Faltan manos que los sostengan cuando tiemblan.
Tal vez el problema no es que hayamos dejado de creer.
Tal vez el problema es que, cuando creemos, creemos solos.
📌 Publicado en www.dariomendizabal.blogspot.com/2025/06/el-dios-abandonado.html
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