Dicen que en la Casa Rosada no hay café, ni coraje, ni corazón, pero sí muchas hojas de cálculo. Dicen —los que aún conservan la lengua viva en medio del hambre— que el presidente de la Nación, ese profeta de los números y azote de la ternura, gobierna desde un Excel celeste, donde los niños no lloran, los ancianos no tiemblan y las ollas no están vacías, porque sencillamente no figuran en ninguna celda. Allí todo es perfecto: la curva crece, el déficit se achica como si fuera una úlcera tratada con palabras, y el pueblo —ese dato molesto— se oculta debajo de una fórmula mal arrastrada. Una Argentina más ordenada, más prolija, más eficiente. Eso prometieron. Y vaya si cumplieron. Han eficientizado el sufrimiento, convertido la angustia en un índice y la pobreza en un KPI. Las villas no existen en la planilla. Las lágrimas no tributan, los cuerpos no votan. Solo importan los porcentajes, los ránkings, las metas de superávit, como si un país fuera un negocio con mala clientela. Com...
Después de un período de ausencia siempre vuelvo reinventando este espacio para expresar mis ideas sobre todo lo que me envuelve. A disfrutar del merengue con pimienta árabe y GOOD SHOW.