En las últimas semanas hemos sido partícipes de un cambio social (¿momentáneo?), el brote de la GRIPE A nos ha hecho modificar algunos hábitos. Los argentinos dejamos de saludarnos con un beso en la mejilla, acto de afecto muy característico, elogiado por los extranjeros que nos visitan. En los trabajos comenzamos a ver a nuestros compañeros (con los cuales estuvimos por años compartiendo un mate) con cierto miedo o prejuicio inquisidor. Nos apartamos de reuniones sociales, dejamos de acudir a eventos de cualquier tipo y nos confinamos a nuestras casas, último reducto de seguridad.
Como en la época de las cavernas, el lugar más seguro ante un ataque es nuestra “cueva”, donde en muchos casos hijos, padres y abuelos comparten un mismo lugar común, defendiendo el clan. Entonces reaparece una vieja tarea destinada a los mayores: enseñar a los menores. Acción olvidada en nuestra nueva era contemporánea. Pero gracias a los dioses (Speedy, Fibertel, Windows, Google, Messenger, Facebook, Skype y otros más) tenemos Internet.
Tenemos Internet ¿y ahora qué?
Así como durante días, los medios de comunicación nos invadieron con las medidas que hay que tomar para prevenir la GRIPE A, no tardaron mucho tiempo para encontrar una nueva noticia para apabullarnos ¿qué hacen los mayores con los chicos en casa?
Medidas del gobierno por medio, muchos padres, maestros y profesores que hasta hace unos pocos días declaraban a Internet como una manifestación del Demonio, encontraron en una conexión de banda ancha su salvación.
Todos aquellos incomprendidos, que llevamos tiempo tratando de evangelizar en el uso de nuevas tecnologías, juntamos las puntas de nuestros dedos, los ponemos apuntando al cielo y moviendo la mano de arriba y hacia abajo, pronunciamos con cierta picardía: ¿Ahora, entienden lo que les venimos diciendo?
Señoras, señores y porque no lactanticos tengan ustedes muy buena conexión, es suya aprópiense de ella. Esa es la clave.
Tengo que dejar claro que, poder conectarse a Internet no implica necesariamente un completo uso de ella. La Escuela 2.0, además de ser un asunto de orden tecnológico, cultural y social, implica la creación de una dimensión pedagógica que deje de considerar a los estudiantes como receptores de conocimiento, y transformarlos en actores activos y creativos con una actitud proactiva hacia los procesos de apropiación.
La enseñanza en línea no tiene nada que ver con colgar materiales en la Red; requiere, repensar el modelo de aprendizaje y la misma estructura institucional.
Los establecimientos educativos, los maestros y los profesores ya no somos los únicos depositarios del saber. La Red nos ha jugado una mala pasada. Ahora tenemos el compromiso de asumir este cambio de paradigma y ejercer el nuevo e interesante papel de mentores experimentados y acompañantes metodológicos, más preocupados en enseñarles a los chicos a gestionar y completar el conocimiento disponible y a desarrollar su capacidad crítica que en enseñarles a memorizar unos conocimientos como si fueran una verdad única.
Sistema educativo y cambio, desafortunadamente, conjugan mal. Son como el agua y el aceite. El cambio no es lo que amenaza nuestra supervivencia como instituciones de enseñanza; lo que la amenaza es el inmovilismo y la negación de una realidad evidente.
Ya lo dice el dicho: "Si quieres cambiar un cementerio, no puedes esperar gran ayuda de los que están dentro".
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