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El Onanismo del Estado: Un Gozo Solitario en Detrimento del Bienestar Social y un Llamado a la Acción: Recuperar el Poder del Pueblo

 El concepto del "onanismo del Estado", acuñado por el filósofo y politólogo argentino Carlos Alberto Sacheri, hace referencia a la desconexión entre el Estado y las necesidades del pueblo, donde este se ensimisma en su propio poder, ajeno a las realidades sociales. 
 En este contexto, resulta crucial analizar las perspectivas del Estado desde dos corrientes políticas antagónicas: el neoliberalismo de ultraderecha y la socialdemocracia. 

 El neoliberalismo de ultraderecha, con su énfasis en la minimización del rol estatal, encuentra terreno fértil para el onanismo del Estado. La privatización de servicios públicos, la desregulación económica y la reducción del gasto social generan un vacío que el mercado no siempre puede llenar. En este escenario, el Estado se convierte en un espectador pasivo ante las desigualdades sociales, la precarización laboral y la falta de oportunidades para amplios sectores de la población. La búsqueda del beneficio privado por sobre el bien común se convierte en el motor del sistema, dejando de lado las necesidades del pueblo. 

 En contraposición, la socialdemocracia propone un Estado activo y regulador, comprometido con la justicia social y la igualdad de oportunidades. La redistribución de la riqueza, la inversión en servicios públicos universales y la protección de los trabajadores son pilares fundamentales de esta visión. Un Estado socialdemócrata busca combatir el onanismo del Estado a través de la intervención activa en la economía y la sociedad. La búsqueda del bienestar social, no del lucro privado, es el objetivo central. 

 La lucha contra el onanismo del Estado requiere un equilibrio entre la eficiencia del mercado y la justicia social. La socialdemocracia ofrece un modelo que, si bien no está exento de desafíos, busca construir un Estado al servicio del pueblo, no de sí mismo. 

 Las desviaciones del neoliberalismo de ultraderecha y la socialdemocracia, como la corrupción, el clientelismo político y la ineficiencia burocrática, encuentran un paralelismo alarmante con el onanismo del Estado. 

 Al igual que el acto de autocomplacencia individual, donde el placer propio se antepone a las necesidades del otro, el onanismo del Estado se caracteriza por una profunda desconexión entre las acciones del gobernante y las demandas de la sociedad. 

 En ambos casos, el poder se convierte en un fin en sí mismo, un instrumento para el beneficio personal o de grupos privilegiados, alejándose del verdadero propósito del Estado: servir al bien común. 

 El gobernante onanista, como un individuo ensimismado en su propio placer, se jacta de sus cifras y estadísticas, aplaude su propia gestión y se envuelve en una burbuja de autocomplacencia, ignorando las realidades que aquejan a la ciudadanía. 

 Las cifras se convierten en su fetiche, en el objeto de su placer solitario. Se deleitan con el aumento del PBI, sin importar que ese crecimiento no se traduzca en una mejor calidad de vida para la mayoría. Se jactan de la disminución de la pobreza, mientras millones aún viven en condiciones infrahumanas. 

 Las necesidades del pueblo se convierten en un mero accesorio, una excusa para justificar acciones que responden a intereses particulares. La corrupción, el clientelismo político y la ineficiencia burocrática se convierten en herramientas para perpetuar el poder y mantener el control, alejando al Estado de su verdadera misión. 

 Combatir el onanismo del Estado requiere no solo de un cambio de modelo político, sino también de una profunda transformación cultural. La ciudadanía debe asumir un rol protagónico, exigiendo transparencia, rendición de cuentas y una gestión pública eficiente y responsable. 

 Solo a través de la participación activa y la vigilancia constante podremos construir un Estado que responda a las necesidades del pueblo y no a los intereses de unos pocos. La lucha contra el onanismo del Estado es una lucha por la democracia, la justicia social y el bien común. Es una lucha por un Estado que sea un verdadero reflejo de la voluntad popular, un Estado al servicio del pueblo, no de sí mismo. 

 El onanismo del Estado nos exige una acción comprometida. No podemos permitir que el poder se concentre en manos de aquellos que solo buscan su propio beneficio, mientras el pueblo sufre en silencio. 

 Es necesario recuperar el poder del pueblo, construir una sociedad donde el Estado sea un instrumento al servicio del bien común, no un ente ensimismado en su propio éxito. 

 La transparencia, la rendición de cuentas, la participación ciudadana y la exigencia de justicia social son pilares fundamentales para lograr este objetivo. 

 El pueblo tiene un papel fundamental en la lucha contra el onanismo del Estado. A través de la acción social, la participación política y la reflexión filosófica, la ciudadanía puede exigir cambios, construir una sociedad más justa y garantizar que el Estado cumpla con su verdadero propósito: servir al bien común. 

 En definitiva, el onanismo del Estado no es solo un problema político, sino también una cuestión moral y filosófica. Es un llamado a la reflexión sobre el rol del poder en la sociedad y la responsabilidad que recae en cada uno de nosotros como ciudadanos para construir un futuro más justo y equitativo. 

 Es necesario una revolución profunda, un cambio radical en la forma de hacer política. Es urgente que el pueblo se levante y exija que sus necesidades sean escuchadas, que sus demandas sean tomadas en serio. 

 Solo así se podrá construir un nuevo sistema, uno donde el bienestar del pueblo sea la prioridad absoluta, donde el poder no sea un instrumento de autocomplacencia, sino un medio para construir una sociedad justa y equitativa.

 Es hora de acabar con el onanismo del Estado, de derribar los ídolos de barro y construir un futuro donde el pueblo sea el verdadero protagonista. 

 La unión y el compromiso del pueblo son claves para transformar esta realidad y construir un futuro más justo para todos.

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