Mi historia laboral pasó por ciclos (hoy podrían marcarse con rigidez científica), que han ido del diseño a la publicidad y de ahí a los medios audiovisuales para continuar con el diseño y así seguir un nuevo ciclo. Hago este comentario para apoyar el siguiente relato.
Al tiempo de haber entrado a trabajar en donde estoy actualmente, me siento frente al dueño de la empresa para comentarle mi gran teoría sobre la necesidad de hacer publicidad, de promocionar los productos que tenía, buscar medios y canales alternativos, y toda la cháchara que cargaba en mi cabeza. Este señor en muy pocas palabras, en un relato claro y sencillo me comenta su forma de pensar. Él consideraba mejor invertir en nuevos productos, para que cada mes los quioscos se vean inundados de su marca. Su razonamiento tenía una base, consideraba que los quioscos eran su mejor pantalla, además de generar más puestos de trabajo que también generaban más productos y así cerrar el círculo de producción.
Tengo que reconocer que me tomo un tiempo aceptar esta forma de pensar, hasta ese momento no concebía otra forma de promocionar un producto que no sea por los medios de comunicación convencionales. Cuando me cayó la ficha comencé a entender el éxito de su empresa y lo que es importante comencé a entenderlo a él.
Para mi dejó claro una cosa, se puede invertir en servicios intangibles pero es mejor invertir en personas.
¿La creatividad puede tener reducción horaria?
Miércoles por la tarde salgo a trotar por el Parque de Mayo, por la zona del lago entre el graznido de patos, cisnes y gansos aparece ante mí la imagen y el texto para un nuevo aviso. Paro en seco mi carrera y a la vez que recupero mi ritmo cardíaco grabo en mi celular la idea que aterrizó en mi cabeza (anotar todo no es síntoma de orden sino de vejez, unos años atrás una idea quedaba días acorralada en el hipocampo de mi cerebro).
Luego de varias promesas incumplidas salgo a cenar con mi mujer. Mientras disfrutamos del champagne de la recepción una joven juega con su hijo (también podía ser su sobrino o el hijo de un amigo, pero para mí era su hijo y punto), esa imagen manda un impulso eléctrico a una de mis neuronas dándole arranque al mecanismo silencioso de mi sincronía cerebral. En toda la velada con mi mujer no pude sacar de mi cabeza la imagen de la joven y el niño. Mientras esperábamos el postre le pido al mozo una lapicera y escribo en una servilleta unas cuantas palabras junto a unos garabatos. Ya está encontré la idea que necesitaba, salir a cenar con mi mujer fue un éxito.
1972. Sábado a la tarde en la canchita de fútbol detrás de la escuela. Partido a diez goles. Los de arriba contra los de abajo. Nueve a nueve. Le toca al “orejas” ir al arco. En una jugada sale canchereando directo hacia el otro área, el flaco Paredes se la roba y tira un “globo” que s e mete en el arco nuestro. Perdimos por un gol. Mientras el otro equipo festejaba corrimos al “orejas” por toda la cancha hasta que lo agarramos y mientras lo teníamos inmóvil alguien le mantenía apretados los testículos. La condición para soltarlo era que silbe una canción. Él se reía, cantaba, soplaba imitando un silbido, se confundía de canción, hacía todo lo que se le ocurría pero no atinaba a silbar dos notas seguidas.
En todos mis años de profesión, sobrellevados en varias empresas, siempre existió una disyuntiva entre el ejercicio del trabajo y el horario de trabajo. Aún sostengo la dificultad de detener el proceso creativo a las 15 horas de un día para retomarlo en el mismo punto el día siguiente a las 9 horas.
Ponerle a nuestro cerebro las exigencias de un horario de trabajo limitado es como pedirle esa tarde del “72” al “orejas” que, bajo la presión que tenía, silbe una canción.
Activar los mecanismos que usa el cerebro para propiciar la creatividad a la misma hora todos los días, y sobre todo ser eficientes y eficaces en los resultados no es una tarea fácil, porque no se le puede pedir a las ideas, que lleguen a la estación de nuestro cerebro todos los días a la misma hora con puntualidad de ferrocarril inglés.
Mi mujer todavía no lo entiende.
A la hora de discutir un presupuesto, mis clientes tampoco lo entienden.
Hace unas horas leí una nota de Fernando Peña publicada en Crítica Digital (http://www.criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=14848), a continuación transcribo un fragmento:
”Absolutamente todos los asuntos pueden ser vistos en grande o en chiquito y cada día me convenzo más de que las personas que tienen la capacidad para ver las cosas en grande, en macro y a futuro viven mejor ya que la apuesta es mayor. “
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