El cuerpo se fue disolviendo, o quizás era el mundo el que lo abandonaba. No era ni frío ni calor; era simplemente agua. Dejó de sentir el peso de su materia, y en esa disolución, algo se reveló. Un eco, tal vez. Una presencia que siempre había estado allí, en el fondo del agua, en el fondo de sí mismo. Se descubrió en la inmensidad de lo que no se ve. No era el agua, ni era él, sino algo anterior, algo que existía antes de los nombres. El silencio lo envolvía con una paz desconocida, como si el tiempo hubiera sido una ficción, una palabra creada por mentes que temen lo infinito. Se supo parte del todo, como si el agua y su ser no tuvieran frontera. El agua, él, el universo: una misma esencia vibrando en la misma frecuencia. En ese instante, que no fue instante, entendió que el silencio no era ausencia, sino plenitud. El agua no lo contenía, él era el agua. Y el universo, plegado en sí mismo, lo observaba desde el reverso de la realidad.
Después de un período de ausencia siempre vuelvo reinventando este espacio para expresar mis ideas sobre todo lo que me envuelve. A disfrutar del merengue con pimienta árabe y GOOD SHOW.